Dos personas se conocen una tarde en una reunión de amigos comunes, se atraen, se gustan, se desean, pongamos que intercambian teléfonos. Podría ser este el comienzo de lo que luego se convertirá con el tiempo y los sucesivos encuentros en lo que conocemos como relación de pareja (entendiendo que esta tiene formas muy diversas en el aspecto más amplio del término).
Probablemente el/la lector/a habrá oído hablar en alguna ocasión de las “fases” que una pareja, (entendiendo la misma como la unión sentimental entre dos personas que se rige por una serie de reglas concretas y -generalmente- acordadas por sus miembros) atraviesa a lo largo del tiempo.
Y con esto introduciríamos el primer factor fundamental: el tiempo
Continuemos con la pareja de nuestro ejemplo. En un primer momento empieza el aluvión de sentimientos, una etapa en la que los protagonistas son el deseo de pasar momentos con la otra persona y la intensidad en las emociones. El descubrir al otro es un proceso caracterizado por la novedad, a nivel neuroquímico todos los días es fiesta en nuestro cerebro y aunque cada persona lo viva de forma diferente este periodo es en la mayoría de los casos recordado por la presencia de momentos positivos y la poca frecuencia de las diferencias, puesto que al inicio de la relación nos enfocamos en las cosas que nos unen, dejando a menudo “las cosas que no s separan” para más adelante, ya si eso. En esta etapa se puede correr el riesgo de generar una imagen idealizada del otro y de la relación, algo que podría arrastrarse a momentos posteriores, generando dificultades diversas.
Digamos que nuestra pareja ha pasado los primeros momentos de exaltación amorosa y se encuentra en un punto en el que la confianza aumenta y con ello aparecen más piezas del puzzle de la otra persona. Empiezan a advertir las manías y la mirada, poco a poco (también a medida que nuestra fiesta cerebral deja paso a la resaca) se vuelve más “realista”. Este suele ser uno de los momentos “críticos”: si el motivo para juntarnos con la otra persona se ha basado exclusivamente en un aspecto, como por ejemplo (aunque hay varios) la atracción física, es posible que al dejar de ser una novedad y no encontrar otros nexos de unión, como la confianza, el apoyo mutuo, la buena convivencia, la capacidad de resolución de conflictos… un miembro de la pareja (o ambos) pierdan el único hilo que los mantenía juntos, suponiendo esto el fin de la relación.
Este sería uno de los motivos de ruptura, y quizás el más “claro” para los miembros de la pareja, pues de forma unidireccional o con acuerdo de ambos se hacen conscientes de que no quedan en la relación aspectos que se compartan, y por ende, aquello no tiene demasiado sentido. Pero no es el único motivo de ruptura en esta fase que sigue al enamoramiento, sino que en este punto muchas veces encontramos situaciones de mayor complejidad, al hilo del concepto que le da nombre a este artículo profundizaremos en una de ellas: el aburrimiento.
Tengamos en cuenta que cada pareja vive su relación con unos tiempos diferentes y, aún más importante, dentro de la propia pareja también pueden existir diferencias. En ocasiones estas son percibidas como falta de compromiso (cuando una de las partes empieza a demandar más actividades fuera de la pareja, o no está “tan encima”) cuando en realidad es posible que uno de los miembros se sitúe aún en una fase inicial y el otro ha avanzado hacia un amor en el que no reinan solamente las emociones del enamoramiento.
Apartado de “preguntas frecuentes”
¿Llevas tiempo con tu pareja y sientes que te aburre?, ¿vuestra actividad sexual ha cambiado en diferentes aspectos?, ¿cada vez son más frecuentes las discusiones en detrimento de experiencias positivas juntos?, ¿no sabes si esto es normal o deberías finalizar tu relación?, ¿te descubres a ti mismo/a preguntándote a menudo si has dejado de querer a la otra persona?, ¿te atraen otras personas?
Todas estas preguntas aparecen en las clínicas de psicología a menudo, aunque primero se rumian con fuerza y asiduidad en las cabezas de muchas personas, y no existe una respuesta única, mágica y universal. Sin embargo, a través de la terapia se pueden adquirir y desarrollar las herramientas necesarias para que la persona sea capaz de analizar su situación y tomar decisiones en consonancia con lo resuelto.
Además, todas estas preguntas, que quizás el/la lector/a que hojea este post ha tenido alguna vez en su vida, pueden contestarse alegando que estos aspectos son completamente normales y habituales, y que por ende no tienen que suponer el fin de la pareja, pero también, dependiendo de cómo se gestionen y atiendan pueden derivar en todo lo contrario y suponer el punto final de los finales.
Indaguemos brevemente algunas de estas cuestiones que giran en torno al “aburrimiento” en la pareja.
1. Nuestra vida sexual ha cambiado. Este es un aspecto que, en sí mismo, daría para mucho escribir. Lo que desde la psicología (aunque más específicamente desde la sexología) observamos los y las profesionales es que el deseo sexual, así como la atracción u otros factores que entran en juego en las relaciones afectivo-sexuales, no son elementos estáticos sino dinámicos. Esto implica que la pareja necesite adaptarse y readaptarse continuamente a lo largo del tiempo, que pase por periodos de mayor inactividad o deseo y que, en ocasiones, pueda beneficiarse de la búsqueda de ayuda en este sentido, ya sea para encontrar nuevas formas de disfrute, tener una mayor asertividad sexual o solucionar alguna dificultad a este nivel.
2. Siento que mi pareja me aburre. ¿Recuerdas alguna relación que no sea de pareja en la que esto te haya ocurrido?, ¿un/a amigo/a?, ¿familiares?, ¿hermanos/as? los seres humanos estamos en constante construcción y muchas veces sentimos la necesidad de que éste se traslade también a las relaciones que mantenemos con los otros. Si ya eres adulto/a puede que recuerdes la época en la que vivías con tus padres de forma diferente según tu etapa vital, en la pareja puede suceder que llegados a un punto perdamos aquello de “todo es nuevo” y nos instauremos en la monotonía, creemos (y digo creemos porque esto no es posible) que ya hemos conocido todo de la otra persona y nos metemos en esa nube gris. Puede que si probásemos con un/a amigo/a a permanecer tanto tiempo como con nuestra pareja haciendo siempre cosas parecidas el hastío acabe con nosotros/as. Las relaciones (de todo tipo) son como las plantas, requieren un cuidado y una atención, si vemos que en un ambiente se marchitan quizás debamos colocarlas junto a la ventada. Esto no quiere decir que haya que esforzarse hasta la extenuación ni que haya que convertir la pareja en un parque de atracciones todo el tiempo de un lado para el otro para que no sea aburrida, pero es importante buscar el término medio, el tiempo para cada uno y las cosas positivas en conjunto. Es decir, que a menos que sea un cactus riegas tu planta se va a morir.
3. Estamos todo el día discutiendo. Las personas con las que convivimos pueden tornarse fácilmente en el objetivo de nuestros desplantes, el testigo de nuestros días rojos (como decía Audrey en desayuno con diamantes) y, en definitiva, también de la peor versión de nosotros, y así bidireccionalmente. Esto puede convertirse en un campo de batalla que vaya poco a poco generando una imagen de la otra persona al nivel del Grinch. Hagamos cuentas, pocos momentos positivos + discusiones frecuentes = aburrimiento e incluso hartazgo o indiferencia. De nuevo, si nos encontramos en esta situación debemos cambiar la dinámica, no estar de acuerdo en todo también nos permite flexibilizar y crecer a nivel personal, siempre y cuando reine el respeto y no estemos todo el día con la sensación de portar casco y chaleco antibalas. A veces la guerra se gana no peleando, y hay batallas que no merecen la pena.
4. Quizás esto es normal, le pasa a muchas parejas. Sí, le pasa a muchas parejas, y sí, determinadas de estas cuestiones son perfectamente “normales”, peeero…si vemos que un barco se hunde lo suyo sería que intentemos arreglarlo antes de que acabe en el fondo del mar, e incluso, esto puede hacer que salga fortalecido (sólo siempre y cuando nos guste nuestro barco). Nada cambia si no cambiamos nada, el aburrimiento puede ser un componente que no necesariamente sea nocivo para la pareja pero también funciona como un termostato para indicarnos el momento de actuar.
5. Igual ya no nos queremos. Llegados a este punto será muy importante diferenciar entre “ya no nos queremos” y “ya no nos queremos de la misma forma”. Si la resaca de la fiesta cerebral de la primera fase del enamoramiento ha pasado y no hemos construido nada más nos podemos encontrar en el “no quererse”. Sin embargo, si a esta fase de mariposeo le ha seguido la construcción de una relación en la que se comparten objetivos vitales (o éstos son compatibles), valores, necesidades, compresión, planes de futuro…en este caso es más probable que hayamos avanzado a un amor más futurible, lo cual no quiere decir que no haya también que trabajarlo.
6. Me atrae otra persona. Hay tantos tipos de pareja como parejas en el mundo, y cada una se rige por una serie de reglas explícitas o implícitas totalmente diferentes. La atracción por personas ajenas a la pareja, sin embargo, puede ser compartida independientemente de la apertura de la pareja (de si esta es más conservadora, monógama o todo lo contrario). Es decir, que no elegimos que las personas nos atraigan o no, porque la atracción no es una elección igual que tampoco lo es la tristeza o los pensamientos que rondan mi cabeza. Que otra persona nos resulte atractiva es algo que simplemente sucede, porque así es el ser humano. Por ello, este de por sí no debería ser considerado como un indicativo o una prueba de que ya no queremos a nuestra pareja. En este aspecto lo importante será gestionar esta nueva situación conforme a las reglas que se han establecido en la relación y con esto alcanzamos la conclusión fundamental de este artículo:
Háblalo
Comunicación, comunicación, y después, comunicación. Si hiciéramos un listado de los factores predictores de mayor éxito en las parejas éste es sin duda de los que encabezan la lista, y es que la mayoría de los conflictos en las relaciones surgen por problemas de comunicación (o la falta de ella). No es casualidad que sea de los aspectos que más se trabajan en terapia. Verbalizar cómo nos sentimos respecto a la otra persona (incluso si lo que sentimos es que sentimos menos) tiene un enorme poder para reconducir y mejorar la relación, o, en su defecto, para ayudar a ponerle fin de la forma más sincera y honesta.
En ocasiones ocurre que ese momento por el que estás pasando también lo está experimentando tu pareja, pero ninguno se atreve a pronunciarse por miedo a la reacción del otro, expresarlo y ponerlo encima de la mesa no sólo resulta liberador, sino que constituye en primer paso para buscar soluciones y a menudo contribuye a lograr una mayor unión de la pareja.
“Una pareja feliz no se elige un día para siempre, debe elegirse cada día”.