Es probable que la primera frase del título del post te sea familiar. Cada vez son más los productos que vienen acompañados de este tipo de mensajes. Artículos de papelería, textil, objetos de decoración, tazas, llaveros y un largo etcétera. Llevamos unos años en los que la felicidad está de moda y se está convirtiendo en un objeto de consumo. Y sí, reconozco que yo, alguna que otra vez, caigo con este tipo de productos porque sí, son muy monos.
Lo cierto es que me imagino llegando a casa después de un día duro, de esos en los que se alinean los astros en tu contra y te pasa de todo (lo peor) desde que pones un pie fuera de la cama y creo que no me sentiría reconfortada leyendo ese tipo de cosas. Haciendo un ejercicio de memoria, recuerdo cómo en ocasiones me ha sentado hasta mal leer esto en ese tipo de momentos.
En contraposición a estas marcas predicadoras de la felicidad, están apareciendo otras que ofrecen grandes dosis de realismo. Aunque, sinceramente, no me imagino recién levantada desayunando en una taza que diga “Hoy puede ser un día de mierda”, por muy probable que sea.
Lo que pretendo transmitir con los párrafos anteriores es que nos paremos a pensar cómo nos sentimos obligados a estar felices. La alegría es una emoción primaria que nos llena de entusiasmo y resulta tremendamente placentera, ¿cómo no íbamos a querer estar alegres? Aquí llega el problema, y cada vez estoy más convencida de que es un verdadero problema, es que a las emociones que no nos resultan agradables las llamamos negativas. ¿Realmente es negativo sentirse triste? Si una persona tiene problemas personales o se encuentra en un duelo, por ejemplo, ¿no sería algo poco común que estuviera feliz? Ojo, que con esto no quiero decir que no pueda ser así.
Lo cierto es que la vida no es de blanco y negro, sino que hay un inmenso arco iris repleto de colores. Tan normal es que nos podamos sentir alegres como que nos inunde la tristeza, sintamos ansiedad o melancolía, experimentemos miedo ante algo que nos asuste, o nos relajemos en unos días de descanso y que, incluso, nos enfademos. Y así, podría ocupar párrafos y párrafos describiendo y enumerando emociones. También nos puede pasar que no sepamos qué nombre tiene eso que nos ocurre.
De lo que se trata es de reconocer lo que nos pasa y aceptarlo. Cuando negamos lo que nos pasa, estamos reprimiendo emociones y eso es muy nocivo para nuestra salud, no solo a nivel mental, también físico. Es muy importante otorgarle el espacio que necesitan esas emociones y escuchar lo que nos quieren decir. Todo esto es lo que llamamos Inteligencia Emocional (¡casi nada!) y es una capacidad que podemos desarrollar a lo largo de nuestra vida.
Alejandra Muñoz
Nº Col. AN09995