Se acercan fechas que, tradicionalmente, han significado el acercamiento con los seres queridos, para compartir una cena y unas cuantas conversaciones (algunas más cómodas que otras). La forma de celebrar las fiestas navideñas en nuestra sociedad la conocemos desde que somos pequeños y pequeñas, y de una u otra forma, ya tenemos completamente asociado el hecho de celebrar las fiestas con estar en compañía, tener cerca a gente a la que queremos o con la que nos une un vínculo familiar.
Sin embargo, existen otras realidades distintas a esa, de hecho bastante más crudas. Se dan casos de personas que no tienen a nadie… a absolutamente nadie con quien pasar las fiestas, pero no solo durante las fiestas, sino con quien relacionarse en el día a día, a quién contarles sus inquietudes, sus miedos, con quien expresarse emocionalmente. Y esto sucede en un mundo en el que la comunicación entre personas parece no tener ninguna barrera gracias a las nuevas formas de comunicación, principalmente a través de redes sociales. Paradójico, ¿verdad? Cada vez estamos más conectados y cada vez nos sentimos más solos. ¿Qué está sucediendo?
Vayamos por partes. Si queremos hablar de soledad, tal vez sea necesario reflexionar acerca del concepto propio al que se alude. Y es que, si queremos analizar este hecho, no podemos quedarnos en la superficie. No podemos pensar que la soledad es buena o mala, per se. De hecho, en la vida no creo que haya muchas “cosas buenas” o “cosas malas”, sino más bien existen hechos que dados en un determinado contexto pueden tener un significado, y en otro determinado contexto, otro significado distinto. La soledad pues, suele ser asociada con una carencia, un déficit, con una circunstancia triste o incluso con una situación no deseada, y esos son tan solo algunos de los muchos contextos donde la soledad está presente, pero no todos.
Llegados a este punto, es necesario hablar de varios hechos diferentes que pueden definirse con la palabra “soledad”. En primer lugar, la soledad elegida, un fenómeno que tiene que ver con el autoconocimiento, que consiste en la elección de pasar la mayor parte del tiempo con uno mismo o una misma, a pesar de que hay seres queridos con los que puedes elegir pasar el tiempo que quieras. Ésta, la soledad elegida, es una soledad que no suele provocar ningún sufrimiento, ya que forma parte del proceso de conocerse uno mismo, en muchas circunstancias y contextos. Por otro lado, la soledad no elegida es un fenómeno totalmente diferente al primero. No es la consecuencia de una decisión consciente acerca de cómo vivir la vida, sino el resultado de una serie de variables que suelen escapar de nuestro control. Tanto es así que podemos encontrarnos a personas que se encuentran solas por muy diversas causas, pero no porque lo hayan decidido.
Consideración especial merece una tercera situación; estar rodeado de gente y sentirte completamente solo. ¿Te suena? Este tipo de soledad también está creciendo y si nos detenemos y observamos, es una soledad bastante relacionada con el tipo de sociedad en la que vivimos, de la inmediatez, de la falta de reflexión, de la falta de pausa, de falta de disponibilidad… Todo ello provoca que tengamos, en ocasiones, grandes redes de contactos, a los cuales conocemos de manera superficial y con los que no contaremos cuando tengamos algún tipo de dificultad emocional.
Volviendo a la soledad no elegida, lleva causando preocupación desde hace algún tiempo, especialmente en el caso de las personas mayores. Cada día encontramos a más personas mayores solas. Existe una variable cultural que influye en este hecho, y es que, solemos tener un estereotipo creado acerca de las personas mayores, que se refuerza día a día, y que consiste en ver a las personas mayores como personas inútiles, poco válidas o sin nada que aportar. Esta variable es cultural en tanto que otras culturas no solo no cuentan con este estereotipo acerca de las personas mayores, sino que el rol de la persona mayor es diametralmente opuesto; son personas percibidas como fuente de sabiduría, escuchadas, preguntadas y ejercen un papel activo en la convivencia diaria.
¿Cómo cambiar esta tendencia? ¿Cómo luchar contra esta soledad no elegida? No es fácil y requiere tiempo y mucha educación emocional. La educación emocional es el arma para luchar contra problemas como la soledad, porque despierta las conciencias de la gente, fomenta una actitud empática y solidaria, hasta tal punto que genera más preocupación por el bienestar de las personas, cercanas pero también (y sobre todo) desconocidas.
A lo largo del día, es probable que nos crucemos con personas que se encuentran solas en la vida. De hecho, es probable que esto suceda y que ni tan siquiera nos percatemos de ello. Por ello, no hace falta situarnos en una perspectiva global para hacer frente a este problema social, sino que basta con tomar conciencia, detenernos, fijarnos en quiénes nos rodean y mostrar algo que, literalmente, nos define como especie: humanidad.
Alberto Álamo
Nº Col. AN08736