Se me ocurren pocos momentos más idóneos que el actual para reflexionar acerca de algo que nos ha acompañado, nos acompaña y nos acompañará siempre en nuestras vidas, al tratarse de algo que pertenece a nuestra propia condición humana, y me atrevería a decir que animal. Hablo, como no puede ser de otra forma, de la incertidumbre.
¿Qué nos está enseñando la crisis del COVID-19?
Aunque quizá necesitemos cierta perspectiva temporal, aunque necesitemos que pase cierto tiempo hasta definir las dimensiones de lo que está aconteciendo durante este año 2020 en relación al COVID-19 a nivel mundial, sí que podemos empezar a afirmar que este hecho sin precedentes ya nos está enseñando algo.
Estamos habituados a tener un estilo de vida muy definido, en el que existen infinidad de conductas que para nosotros son casi reflejas (contacto físico, dar besos, abrazos, estar físicamente muy cerca…) y, sobre todo, inofensivas. Pero esta situación global nos está enseñando, entre otras cosas, que incluso algo que resultaba tan aparentemente inofensivo e inocuo como las mencionadas conductas, pueden ser conductas de riesgo de contagio.
Es decir, estamos en un proceso de aprendizaje de nuevos hábitos de vida, especialmente en lo que se refiere a la interacción social. Conductas inofensivas pasan a ser conductas de riesgo. Y este hecho no se sobrelleva de forma natural, de la noche a la mañana, sino que genera en nosotros y nosotras una crisis que pasa inevitablemente por el análisis de la situación y por la reflexión acerca de cómo estábamos hace tan poco tiempo y de cómo estamos ahora.
El ‘placer’ de saber lo que va a suceder
En cierta forma, estamos viviendo una reestructuración a nivel cognitivo, con respecto a la cotidianeidad y nuestra forma de relacionarnos, a raíz de esta situación. Ahora sabemos que, de alguna forma, estábamos tan acostumbrados a tener ciertas conductas de interacción social que ni éramos conscientes de ello.
Ahora estamos algo más expuestos a la incertidumbre a todos los niveles, y eso choca frontalmente con algo a lo que estábamos acostumbrados en mayor o menor medida: saber lo que iba a pasar.
Obviamente, el futuro es incierto y manejamos incertidumbre a diario, en nuestros trabajos, en nuestras relaciones, largo etcétera. No obstante, ni de lejos podríamos habernos imaginado que íbamos a tener que quedarnos en casa, que íbamos a tener que parar nuestra actividad, ver calles vacías y estampas hasta ahora inéditas. A esos niveles, sí estábamos acostumbrados a saber lo que iba a pasar cada día (gente yendo a sus trabajos, quedando para realizar actividades de ocio…). En este sentido, sí teníamos la seguridad de que «sabíamos» lo que iba a suceder cada día.
La relación entre la incertidumbre y la frustración
Si bien la incertidumbre es un concepto bastante complejo que puede definirse de diferentes maneras, la incertidumbre puede ser entendida como el desconocimiento total o parcial acerca de lo que va a acontecer. Así, la frustración es otro concepto que guarda una estrecha relación con el primero. Y es que, la frustración es un estado emocional que aparece cuando existe la expectativa de que algo concreto va a suceder y, finalmente, no sucede.
De hecho, es un estado emocional presente en la inmensa mayoría del reino animal, por lo que no es, ni por asomo, algo característico del ser humano, aunque sí que en el ser humano aparece de una forma algo más compleja, principalmente por ser poseedores de lenguaje, que a grandes rasgos es la principal diferencia que tenemos con el resto de animales.
La incertidumbre de no saber, a día de hoy, exactamente cómo y, sobre todo, cuándo vamos a volver a tener vidas como las que teníamos hace algunos meses, va unida a la frustración provocada por la interrupción de nuestra vida tal como la conocíamos (proyectos laborales, relaciones sentimentales de alguna forma truncadas…).
Por ello, no resulta extraño que sean muchas las personas que han precisado y precisan de atención psicológica, ya que la gestión de la incertidumbre va unida a la gestión de la frustración provocada por esta crisis, y ambas gestiones suelen ser difíciles.
La ilusión de control
Este concepto también está estrechamente relacionado con la incertidumbre. Llamamos ilusión de control al fenómeno en el que tendemos a creer que tenemos más control sobre la situación del que realmente tenemos. De hecho, a veces solemos creer que tenemos control sobre situaciones sobre las que no tenemos absolutamente ningún control.
Dado el gran cambio de estilo de vida que hemos tenido que adoptar en tan poco tiempo, este concepto se ha visto reforzado. En ningún momento nos habíamos planteado que pudiéramos tener tan poco control ante una crisis como la que estamos viviendo en este momento.
Cómo gestionar la incertidumbre
Hay personas que son más sensibles que otras a la incertidumbre. O dicho de otra forma, hay personas que gestionan peor la incertidumbre que otras. Desde la Psicología Social se dan muchas pistas acerca del porqué existen estas diferencias.
Personas que tienden a tener una vida muy organizada en todas sus áreas suelen tener más dificultades para gestionar la incertidumbre que aquellas personas que introducen la improvisación como parte de su día a día.
¿Cómo mejorar nuestra gestión de la incertidumbre? Aunque esta pregunta podría ser perfectamente respondida en un post entero, a grandes rasgos, es interesante señalar que para poder llegar a afectarnos menos la incertidumbre, inevitablemente, vamos a tener que aceptarla y normalizarla. Eso pasa por introducir cambios en nuestro día a día que vayan en la línea de no tener absolutamente todo planificado y dejar espacio a la improvisación o a los cambios de planes con poca antelación a que se produzcan.