Sara y Daniel pasean por los pasillos de unos grandes almacenes con su hijo Raúl montado en el accesorio para niños del carro del supermercado con aparente y aceptable tranquilidad hasta que atraviesan el pasillo de los juguetes infantiles.
Raúl, con una fuerza que se antoja imposible en un niño de dos años y medio, logra zafarse de su prisión de hierro y salir del carro, dando a parar con el pañal en el suelo. Desde su nueva posición trata de alcanzar cualquier objeto a la redonda ante la mirada estupefacta de sus padres, que tratan aún de descifrar cómo ha conseguido su hijo llegar hasta ahí. Tratando de devolver a Raúl a su lugar de origen entre gritos, patadas y llantos, Sara y Daniel se plantean si su hijo no será un Gremmlin el día de su bautizo.
Ya lo saben. Ha empezado la guerra.
¿Os suena? muchos/as de vosotros/as, especialmente aquellos/as que seáis padres o madres, seguramente reconozcáis en estos párrafos situaciones vividas que se parecen mucho a la de Raúl.
Lo cierto es que, independientemente de tu edad, si estás leyendo esto no te quepa duda, un día tú mismo/a fuiste Raúl, y es que de las comunmente denominadas “rabietas” no hay persona que se libre.
En este post vamos a acercarnos un poco más a este concepto que llena las salas de espera de los gabinetes de psicología, pero no me gustaría pasar por alto el reconocimiento a todos/as los padres y madres que habéis llegado a este artículo: vuestra labor es la más importante y difícil de todas, no hay padres ni madres perfectos/as y hacéis casi siempre lo que podéis habida cuenta de que no hay un manual. Por ello, no hablemos de culpa, sino de responsabilidad (del latín “responsum”: capacidad de responder).
¿Qué es una rabieta?
Dice la wikipedia que “una rabieta infantil, berrinche o pataleta es un tipo de reacción frenética característica de niños de entre 16 meses y tres años. Prototípicamente, consiste en un fuerte ataque de ira que incluye protestas, lloros e, incluso, el tirarse al suelo.”
La definición resulta bastante certera pero hay matices: no olvidemos que el criterio de la edad, en este caso, responde a la edad cronológica (aquella que se celebra en los cumpleaños). Sin embargo, la edad biológica o madurativa no queda correctamente recogida, y por eso (entre otros motivos) podemos encontrarnos con niños y niñas cronológicamente menores o mayores de esa edad que también presentan rabietas.
¿Por qué los niños/as tiene rabietas?
Huyendo de las explicaciones unicausales es mi deber decir que por diversos motivos. No todas las rabietas responden, por ejemplo, a la explicación más popular de todas: la dificultad de autorregulación emocional o la intolerancia a la frustración. En su lugar, las causas pueden venir desde estas opciones más clásicas a otros problemas subyacentes: dificultades de aprendizaje, Trastorno con Déficit de Atención e Hiperactividad, problemas de apego, etc.
Lo que NO conviene hacer
1. Reforzar la rabieta
Si Raúl monta una rabieta porque quiere un juguete y lo solucionamos comprándole el juguete no sólo Raúl ha salido ganando: la rabieta tiene más fuerza que Sansón, ha aprendido que la manera de conseguir lo que quiere es montar la guerra. No sólo no se ha solucionado el problema, sino que lo hemos hecho más grande, se convertirá con el tiempo en su primera opción.
2. Ignorar la conducta, no al niño/a
Muchos padres y madres que acuden a consulta comentan que lo ha probado todo, incluso “eso de no hacerle caso”. A este respecto siempre solicito un matiz ¿ignoráis al niño/a o su conducta? lo que se persigue con esta técnica es producir que se extingan las conductas disruptivas, no mostrarle al niño/a que lo ignoramos, sólo “pasaremos” de las cosas negativas que haga, y esta es la ocasión perfecta para reforzar cualquier otra conducta que sea positiva. Vuélvete experto/a en “cazar” las cosas buenas que hace.
3. Dar un mitin
Imagina que estás en el campo de batalla en pleno bombardeo y se acerca el coronel a hablarte de la importancia del conocimiento teórico en estrategias militares para poder hacer carrera en el ejército. Dado el escenario que planteo, no le harías ni caso, ¿verdad? Tu hijo/a tampoco. No te deshagas en explicaciones de lo que está bien, lo que está mal, lo mimado que lo tiene la abuela o afortunado que es de tener unos padres tan majos: tu hijo/a está en guerra emocional y no puede razonar ahora, deja eso para después.
4. Castigarlo como respuesta inmediata
Tu hijo/a está frustrado, ¿no crees que mostrarle rechazo quizás genere mayor frustración? Piensa que en ese momento es como un fuego e intenta pensar estrategias que no sean cerillas. Si luego hay algún motivo por el que deba ser castigado habrá tiempo, ahora tienes una oportunidad para enseñarle a regular sus emociones.
5. Tomártelo como un acto contra ti
Eres lo más importante que tu hijo/a tiene en el mundo, tanto que sin ti no podría sobrevivir. Créeme, no quiere destruirte ni te desea los siete males, sólo está enfado/a, frustrado/a, asustado/a, etc. Y no sabe cómo gestionarlo. ¿Alguna vez has “pagado” algo que te ha ocurrido con las personas a las que más quieres? ¿era porque les deseabas el mal o porque no sabías cómo gestionar tu enfado, tu tristeza o tu rabia?
6. Lo que haces es un modelo, utilízalo a tu favor
Tu hijo/a está gritando como un loco/a o incluso pega patadas. Tu quieres enseñarle que esas estrategias no son positivas y quieres que deje de utilizarlas pero acabas gritando más que él/ella y dándole un azote. ¿Hemos conseguido enseñarle que esa es una estrategia que no funciona? Prueba a poner en palabras lo que está pasando: “mamá y papá no te han comprado esto y tú te has enfadado, ¿verdad?”
Después del azote ¿qué más hay? exacto, nada, ¿qué vas a hacer la próxima vez? de esta forma logramos, por un lado, que el niño base su obediencia (si es que llega a tenerla) en el miedo y la sumisión, y, por tanto, en un apego inseguro. Por otro lado, corremos el riesgo de que aprenda la conducta por imitación, tiene dos años y medio y puedes con él/ella, pero eso no será así siempre.
Algunos/as padres y madres me comentan que acaban usando el castigo físico porque su hijo/a les saca de quicio, porque “pierden la paciencia” este es un ejemplo de dificultad de autorregulanción en la persona adulta: busca otras estrategias, preocúpate por tu propio bienestar y salud mental y si es necesario, pide ayuda.
¿Cómo gestionar las rabietas adecuadamente?
En primer lugar: “no podemos pedirle peras al olmo”, me explico, el cerebro infantil no es el cerebro adulto (igual que el adulto no es el de la vejez), y con esto pongo en relieve un aspecto fundamental que todo padre y toda madre debe recordar: la regulación emocional es algo que se aprende y se ensaya, no algo con lo que nacemos. Debemos entender que ser pacientes en este aspecto es fundamental si queremos acompañar adecuadamente el momento evolutivo de nuestros hijos e hijas. Tu hijo no es un adulto.
No está mal que sientan enfado, tristeza o cualquiera de las emociones que a menudo se clasifican como “desagradables”, ya que todas ellas tienen una función y son necesarias. En palabras de Rafael Guerrero: “todas las emociones son legítimas y tenemos derecho a vivirlas y expresarlas”. En este sentido, diferenciaríamos entre “lo que siento” y “lo que hago”, siendo el primer mundo uno en el cual sólo cabe la aceptación.
Primer paso, sintoniza: cuando tu hijo/a está en pleno estallido emocional NO razona, recuerda que ni tan siquiera tú que eres adulto/a logras atender a razones cuando la intensidad de lo que estás sintiendo es muy elevada. En este momento háblale en su idioma: el de las emociones. ¿Y esto qué quiere decir? pues que establezcas contacto visual (ponte a su altura), utiliza un tono pausado y tranquilizante, vigila tu lenguaje no verbal y ante todo legitima y acepta (no juzgues) la emoción que ves en tu hijo/a, permite así que, como dice Daniel Siegel, “tu hijo se sienta sentido”.
Segundo paso, razona y redirige: cuanto tu hijo/a ya está sintonizado y en el mismo canal que tú es el momento de pasar al siguiente nivel, de buscar soluciones y de educar en lo racional. Ahora puede escuchar. No dediques este espacio para increparle por su comportamiento, sino para redirigir en positivo y aportar las enseñanzas que quieres que se vaya guardando.
Por último y a modo de resumen, hablando de enseñanzas, no se me ocurre mejor frase final para este post que el objetivo que debemos perseguir en la educación:
“Aprenderás que cuando sientes rabia tienes derecho a tenerla, pero eso no te da derecho a ser cruel”.
William Shakespeare.
Una respuesta a “Terapia infanto-juvenil: radiografía de una rabieta”